jueves, 5 de septiembre de 2019

3. -10 de agosto de 2007, 23:37


"Me gusta recordar. Es como vivir otra vez y con la posibilidad de rectificar. Pero, ¿para qué rectificar? Simplemente se suavizan los malos recuerdos, si es que los hay, “que haberlos hay-los” o simplemente se justifican, se perdonan, se disfrazan. Yo vuelvo a atrás con mucha frecuencia pero para hacer un barrido rápido. No me regodeo en ello, ni siquiera pretendo dar la impresión a los demás y a mí mismo que el hoy no vale demasiado la pena, y hay que volver al pasado.
Mi pasado es eso, pasado. Me encanta, pero no volverá, y también me encanta saber que no volverá y que aunque el presente deje mucho que desear, es la antesala del futuro, y éste, sin lugar a dudas, es la rampa del despegue a lo desconocido, a lo maravilloso, a un mundo mejor. ¡Por supuesto!
Me gustan los detalles humanos cálidos, casi infantiles, llenos de la emotividad del agradecimiento que nace de lo más profundo y se alimenta de esos obsequios que requieren de la imaginación y el esfuerzo. 
No hace mucho me regalaron una pequeña tarta de esas que rezuman por todos sus poros hierro, sudor y lágrimas. Evidentemente el Cid ya no cabalga, pero si lo había hecho y arduamente quien quería agradecerme los servicios prestados, y su obsequio me dejó en evidencia frente a mí mismo: primero porque no había razón para ello, simplemente me había comportado como se presume que se debe hacer y casi nadie hace; y segundo, porque me nacieron de lo más limitado de mi esencia de ser humano esos respetos humanos, que no sé por qué se llaman de tal guisa, ya que son todo lo contrario a “respetos” y a “humanos”. La tarta terminó en la papelera, y yo mirándome sin pestañear en el espejo del servicio. Me dio mucha pena lo que vi en aquel espejo.  Algún día volveré atrás en mis recuerdos, y me comeré plácidamente y como se merecía aquella tarta.

Así sea.



Quizás hoy  añadiría algo más.
Siendo como soy todo olvido, vivo, sin embargo, en la casa del recuerdo. En esa en la que día tras día se reponen las viejas películas que nos devuelven al pasado y nos repiten, como si fuera hoy, momentos ya imposibles que nadie hubiera pretendido reponer. Es una casa con sabor a recuerdo, a nostalgia, a despedidas pendientes; en la que se revive y trae a la memoria, aparentemente sin ninguna razón, escenas, momentos, palabras, y sobre todo errores y omisiones inadmisibles. Se reproducen acontecimientos para sacar consecuencias que pasaron desapercibidas en su momento, para destilar gota a gota la sensación de culpa propia o ajena, la ya conocida de entonces, cuando lo revivido era presente, y hasta la que con una nueva perspectiva en el tiempo es capaz de nacer ahora, cuando ya no se sabe para qué volverlas a recordar, ni tiene razón de ser alguna, salvo conseguir angustiar al que las revive y a los de su entorno. No se pretende con ello rectificar nada porque nada es rectificable, tan sólo dejar en evidencia una realidad que ya no debiera interesar a nadie por trasnochada. No es recordar por recordar, es, incluso, revivir el recuerdo haciéndolo presente, es palpar el recuerdo, es alimentarse cucharada a cucharada del recuerdo sabiendo que será inmodificable pero que es lo único que dota de consistencia a la inconsistencia del hoy. Es como si el presente no existiera. Es como si el futuro no contara y nada pudiera esperarse de él salvo el intentar atravesarlo con cierta dignidad y sin demasiado ruido para no perturbar a nadie.