"Me gusta recordar. Es como vivir
otra vez y con la posibilidad de rectificar. Pero, ¿para qué rectificar?
Simplemente se suavizan los malos recuerdos, si es que los hay, “que haberlos
hay-los” o simplemente se justifican, se perdonan, se disfrazan. Yo vuelvo a
atrás con mucha frecuencia pero para hacer un barrido rápido. No me regodeo en
ello, ni siquiera pretendo dar la impresión a los demás y a mí mismo que el hoy no
vale demasiado la pena, y hay que volver al pasado.
Mi pasado es eso, pasado. Me
encanta, pero no volverá, y también me encanta saber que no volverá y que
aunque el presente deje mucho que desear, es la antesala del futuro, y éste,
sin lugar a dudas, es la rampa del despegue a lo desconocido, a lo maravilloso,
a un mundo mejor. ¡Por supuesto!
Me gustan los detalles humanos cálidos, casi infantiles, llenos de la
emotividad del agradecimiento que nace de lo más profundo y se alimenta de esos
obsequios que requieren de la imaginación y el esfuerzo.
No hace mucho me regalaron una pequeña tarta de esas que rezuman por todos sus
poros hierro, sudor y lágrimas. Evidentemente el Cid ya no cabalga, pero si lo
había hecho y arduamente quien quería agradecerme los servicios prestados, y su
obsequio me dejó en evidencia frente a mí mismo: primero porque no había razón
para ello, simplemente me había comportado como se presume que se debe hacer y
casi nadie hace; y segundo, porque me nacieron de lo más limitado de mi esencia
de ser humano esos respetos humanos, que no sé por qué se llaman de tal guisa,
ya que son todo lo contrario a “respetos” y a “humanos”. La tarta terminó en la
papelera, y yo mirándome sin pestañear en el espejo del servicio. Me dio mucha
pena lo que vi en aquel espejo.
Algún día volveré atrás en mis recuerdos, y me comeré plácidamente y como se
merecía aquella tarta.
Así sea.
Quizás hoy añadiría algo más.
Siendo como soy todo olvido, vivo, sin embargo, en la casa
del recuerdo. En esa en la que día tras día se reponen las viejas películas que
nos devuelven al pasado y nos repiten, como si fuera hoy, momentos ya
imposibles que nadie hubiera pretendido reponer. Es una casa con sabor a
recuerdo, a nostalgia, a despedidas pendientes; en la que se revive y trae a la
memoria, aparentemente sin ninguna razón, escenas, momentos, palabras, y sobre
todo errores y omisiones inadmisibles. Se reproducen acontecimientos para sacar
consecuencias que pasaron desapercibidas en su momento, para destilar gota a
gota la sensación de culpa propia o ajena, la ya conocida de entonces, cuando
lo revivido era presente, y hasta la que con una nueva perspectiva en el tiempo
es capaz de nacer ahora, cuando ya no se sabe para qué volverlas a recordar, ni
tiene razón de ser alguna, salvo conseguir angustiar al que las revive y a los
de su entorno. No se pretende con ello rectificar nada porque nada es
rectificable, tan sólo dejar en evidencia una realidad que ya no debiera
interesar a nadie por trasnochada. No es recordar por recordar, es, incluso,
revivir el recuerdo haciéndolo presente, es palpar el recuerdo, es alimentarse
cucharada a cucharada del recuerdo sabiendo que será inmodificable pero que es
lo único que dota de consistencia a la inconsistencia del hoy. Es como si el
presente no existiera. Es como si el futuro no contara y nada pudiera esperarse
de él salvo el intentar atravesarlo con cierta dignidad y sin demasiado ruido
para no perturbar a nadie.